Se trata de uno de los problemas de salud más importantes y frecuentes en el mundo desarrollado: 17 millones de personas al año lo sufren, de las que un tercio fallece, un tercio consigue recuperarse y el tercio restante queda con secuelas. Entre las mismas se encuentran trastornos de movilidad, de la visión, del habla, de la memoria, depresión o cambios en la personalidad. Es el ictus o accidente cerebrovascular, una patología que consiste en la interrupción repentina de la sangre al cerebro que puede ser transitoria y definitiva y cuyo día mundial se celebra el próximo martes.
De hecho, se considera la primera causa de discapacidad y la tercera de muerte, ascendiendo al primer lugar en el género femenino, así como la segunda como responsable de las demencias. «A nivel nacional se producen 120.000 ictus todos los años (3.500 en Canarias) y un 15% tienen menos de 40 años. El coste económico producido dada su frecuencia y gravedad por el accidente cerebrovascular es importantísimo, en torno al 3% del gasto sanitario. Hay estudios hechos en Europa que se estiman en 20.000 millones de gastos directos, y 25.000 millones en costes indirectos», apunta el doctor Vicente Nieto Lago, especialista en Cardiología de Hospital Perpetuo Socorro.
La rapidez en el tratamiento de este accidente cerebrovascular cuando se produce es fundamental. Por ello, hay que estar alerta si aparecen de forma brusca o inesperada síntomas como dificultad para hablar o entender, pérdida brusca de fuerza o sensibilidad de una parte del cuerpo, alteración de la simetría de la cara, pérdida de visión parcial o total, sea transitoria o definitiva, además de dolor brusco de cabeza muy intenso. Todas estas señales de alarma pueden acontecer en un momento determinado y desaparecer, lo que no reduce la emergencia a tal situación. Por ello, «si se presenta alguno de estos síntomas se aconseja llamar a urgencias al 1-1-2. La atención rápida de un ictus en un centro sanitario reduce la mortalidad o la discapacidad en un 50%. Debemos tener muy en cuenta que en estas circunstancias el tiempo es cerebro», advierte el cardiólogo de Hospital Perpetuo Socorro.
Las causas que pueden ocasionar la aparición de un ictus son variadas y de diverso signo. Se clasifican en hemorrágicos, que constituyen el 15% de la totalidad mientras el 85% son de origen isquémico. Un 30% de estos últimos son criptogenéticos o de origen desconocido mientras el 20% es debido a una trombosis cerebral por daño local de una arteria (rotura de una ateroma o depósito de grasa). Otro 20% lo provocan causas cardioembólicas, por circunstancias que provocan que los trombos que se forman en el corazón emigren al cerebro y un 25% se conocen como lacunares, por daños transitorios de estas pequeñas arterias cerebrales. Por último, el 5% restante lo configuran 5% otras causas más inusuales como el hipertiroidismo o la apnea del sueño, entre otras.
Sin embargo, en la actualidad existen circunstancias como el envejecimiento de la población, el mejor control de la tensión arterial, la mayor capacidad para diagnosticar cierto tipo de arritmias que sugieren cambios en las causas que producen los ictus como son un aumento de los de origen cardioembólico (35%) o disminución de los lacunares (13%) o de los trombóticos (12%), apunta el doctor Nieto.
En cualquier caso, entre todos los factores de riesgo que pueden colaborar en la aparición de un ictus desde el punto de vista destaca el elevado peligro de la fibrilación auricular. De los problemas eléctricos que pueden afectar al corazón, esta afección es sin lugar a dudas la arritmia más frecuente y se considera una de las epidemias cardiovasculares del siglo XXI.
En España hay cerca de un millón de personas que padecen esta enfermedad y un 10% no lo sabe, lo cual supone un elevado peligro no sólo por las consecuencias de la propia fibrilación auricular sino porque esta circunstancia los convierte en pacientes con un muy alto riesgo de padecer un ictus. De hecho, el 75% de los pacientes que tienen fibrilación auricular cuentan asimismo con una enfermedad cardiaca concomitante, la mayoría son portadores de una cardiopatía hipertensiva o isquémica. Concretando, los problemas que genera una fibrilación auricular incluyen un empeoramiento de la calidad de vida de los pacientes por producir palpitaciones muy desagradables y sobre todo disnea, que supone una mayor dificultad para respirar con el esfuerzo. Además duplica la posibilidad de fallecimiento de la persona afectada y multiplica por cinco la posibilidad de una embolia.
Su aparición guarda relación con la edad: por debajo de los 60 años su prevalencia en la población es del 1% y por encima de los 80 años del 15% y se estima que seguirá creciendo el número de casos en los próximos 20 años de forma exponencial.
Existen unas tablas que nos permiten valorar el riesgo de sufrir una embolia según el perfil del paciente. La más conocida es CHA2DS2-VASc que puntúa al paciente según las características clínicas y esto sienta la indicación terapéutica de recibir tratamiento anticoagulante. De forma clásica se hace con dicumarínicos (sintrón o similares) y actualmente hay unos nuevos anticoagulantes de acción directa (NACOS) que son igual de efectivos que el Sintrón, pero con menor riesgo de hemorragia sobretodo cerebral que, aunque es escasa, su incidencia tiene consecuencias muy graves. Además, necesita menos controles.
Este tratamiento reduce la posibilidad de sufrir una embolia periférica: cerebral, renal, esplénica, en miembros inferiores o superiores, o retinianos, entre otros, en un 70%. La mayoría de los pacientes que sufren una fibrilación auricular paroxística (que aparece y desaparece) o permanente, deberán continuar con el tratamiento anticoagulante de por vida aunque se controle la arritmia, concluye el especialista en Cardiología de HPS.