— ¿Es el calor una circunstancia agravante ante patologías crónicas?
— Es conveniente que las personas que padecen enfermedades crónicas extremen los cuidados en verano para evitar complicaciones. El calor y la deshidratación que pueden provocar, colabora en la desestabilización de patologías cardiovasculares, metabólicas y endocrinas como la insuficiencia renal, el hipertiroidismo, la hipercalcemia o la diabetes. Las afecciones respiratorias crónicas, cutáneas o sistémicas e inmunodeprimidas también pueden verse complicadas. A su vez, las patologías resultan un factor de riesgo para padecer trastornos originadas por el calor, entre las que destacan, de menor a mayor gravedad, calambres, agotamiento, insolación y golpe de calor, que puede provocar riesgo vital.
— ¿Aumenta también el peligro de otras patologías?
— Efectivamente. Por ejemplo se incrementa el peligro de infecciones urinarias o de la aparición de cólicos nefríticos en pacientes con trastornos urológicos así como agudizaciones de personas con trastornos neurológicos o mentales, especialmente si toman medicación. Además puede contribuir en la aparición de otras como síndromes coronarios agudos o accidentes cerebrovasculares.
— ¿Constituyen por tanto un grupo de riesgo ante el calor?
— Sí, las altas temperaturas hacen especialmente vulnerables a los pacientes crónicos. Además de ellos constituyen grupos de riesgo los niños, las embarazadas, las personas mayores, con sobrepeso u obesidad, los fumadores, bebedores habituales y consumidores de drogas y quienes realizan un ejercicio físico intenso, ya sea mediante el deporte o como consecuencia de su actividad laboral. El colesterol alto y la hipertensión también suponen factores predisponentes.
— ¿Por qué?
— Las personas generamos mucho calor por nuestro metabolismo, a la que se añade en verano la absorción ambiental. Para expulsarlo las principales vías, que regula el termostato central ubicado en el hipotálamo anterior, son la vasodilatación cutánea y diaforesis (sudoración abundante). Pero las diversas adaptaciones fisiológicas con las que contamos se ven perjudicadas cuando la temperatura ambiental es superior a la cutánea para poder transferir el calor y especialmente si se incrementa la humedad. De esta forma puede llegar un momento en el que al organismo le cueste en demasía transferir el calor. A ello contribuye además las gotas de sudor en la piel no eliminadas, la ropa apretada y que retiene el calor y la deshidratación. Pero las patologías crónicas y su medicación pueden interferir en este proceso. Además, muchas personas con enfermedades crónicas son mayores, lo que acarrea que las órdenes desde el hipotálamo se dan de forma más lenta e imprecisa y esto provoca una respuesta tardía y la inhibición del reflejo de la sed, favoreciendo la deshidratación.
— ¿Qué medidas deben adoptarse?
— Algunos consejos básicos incluyen fundamentalmente la hidratación, para lo que es necesaria la ingesta de al menos dos litros diarios de agua además de evitar o reducir el consumo de alcohol, cafeína, bebidas azucaradas, tabaco o drogas. Asimismo debe evitarse sobresfuerzos, sobre todo en las horas centrales del día, en las que además debe evitarse la exposición solar, usando en todo momento protección. Permanecer en lugares frescos y aplicar agua fría en cuello y muñecas cuando se note mucho calor, el uso de gafas de sol, sombreros, ropa y calzado cómodo, preferiblemente claro, ligero y transpirable son otras medidas adecuadas. Respecto a la alimentación debe optarse por platos ligeros y frescos, como frutas, verduras y ensaladas.